
De todos los miedos que existen, el más estúpido es
temer la felicidad.
Cuando estamos abajo, aunque no nos guste, sabemos que todo lo que venga será mejor. Justo al contrario de lo que ocurre cuando estamos arriba. En temas de satisfacción, nos gustan más las escaleras que los toboganes.
Si bien en la adversidad nos sentimos más desdichados, en la dicha nos sentimos más vulnerables. Como escribe Brené Brown, “es más fácil vivir en la decepción que sentirse decepcionado. Te sientes más vulnerable cuando entras y sales de la decepción que cuando tienes en ella tu campamento permanente. Sacrificas la dicha, pero sufres menos”. Lejos de disfrutar cuando todo va viento en popa -y a toda vela- , nos preocupamos por si deja de soplar y nos quedamos en medio de
la mar.
El miedo a perder
Como el ser humano tiene una tendencia tan marcada a adueñarse de todo, pocas cosas pueden perturbarle más que verse despojado.
Mientras piensa en fórmulas para no perder, olvida que la solución es no poseer.
Las tenencias son artificios del hombre (principalmente del occidental).
No existe la ganancia o la pérdida. Existe el disfrute o no de lo que te rodea.
El verbo
tener (poseer) indica propiedad, y la propiedad no es otra cosa que un ‘autoagenciamiento’ de algo que o no es de nadie o es de todos.
Ruego me perdone Locke por esta interpretación del surgimiento de la propiedad, pero la cosa vendría más o menos a ser así: alguien algún día dijo “esto es mío”, le puso una valla y un buzón a su nombre y los siguientes no solo se lo creyeron sino que se lo quisieron comprar.
No existen tenencias fuera de los registros y de nuestra mente. Por lo tanto, no existe la pérdida o la ganancia en términos puros,
solo existe el disfrute o no de cuanto nos rodea.
“La de cosas que nos perdemos por no querer perderlas… ¡Y la de personas!”.
El miedo a perder… en el amor
Si adueñarse de las cosas ya trae consigo importantes consecuencias, peor lo es cuando lo hacemos con las personas. La
posesividad o los celos no solo hacen un daño terrible a quien lo sufre, sino que suele terminar por destruir la relación. Quien se siente dueño de otro está tan preocupado por no
perderle que olvida que la mejor solución para que no se vaya es
ganarle cada día.
La posesividad se alía con el miedo para sacar lo peor de las personas. “Mientras te preocupas por si te quiere o no te quiere, te estás cargando la flor”, decíamos con la foto de una margarita.
Otro curioso caso dentro de la estupidez de temer la felicidad, es el de quien ni siquiera comienza por temor al fin o quien, directamente, se inflige el propio daño para que no se lo haga otro.
Echar a alguien de tu lado por temor a perderle es como pegarse un tiro por temor a morir.
Que el miedo a perderle no te quite la suerte de ‘tenerle’. No temas perder, acepta que nada es tuyo y que no existen las posesiones sino las experiencias y las oportunidades. No se puede disfrutar aquello de lo que no podemos renunciar. Por eso, aprende a vivir sin apegarte, sin necesitar…
No exigiendo, prefiriendo, disfrutando.
No temas perder, porque nada es tuyo, teme no disfrutar de las incontables riquezas de las que disponemos.
No tengas un amigo, vive una amistad; no tengas un novio/a, disfruta del noviazgo; no tengas nada, experiméntalo todo.
Pablo Arribas]]>